viernes, 21 de enero de 2011

La biblioteca de José Luis Martínez

Ayer miércoles 19 de enero fue inaugurado el Fondo Bibliográfico José Luis Martínez, el cual albergará la colección más ambiciosa de literatura mexicana del siglo XX, libros de historia de México y novelas del siglo XIX, colección que fue comprada a la familia Martínez en dos millones de dólares.

La colección de libros del diplomático, ensayista, historiador y bibliógrafo, José Luis Martínez Rodríguez (1918-2007) consta de 73,500 volúmenes que se instalaron en la biblioteca de México “José Vasconcelos”.

Los libros también fueron digitalizados por la Dirección General de Bibliotecas y contienen etiquetas de radiofrecuencia para localizar su lugar exacto, pues los ejemplares están colocados de la misma forma en que los había acomodado José Luis Martínez en su casa.

La inauguración del Fondo estuvo a cargo del presidente Felipe Calderón, quien aseguro que la adquisición cultural es una “buena noticia para México”, sobre todo para los estudiosos de la literatura.

Discurso leído en la apertura del Fondo José Luis Martínez en la Biblioteca de México José Vasconcelos:

"Junto a sus valiosísimos repositorios, un nuevo acervo vivirá entre estos muros. Es la biblioteca que por casi tres cuartos de siglo construyó José Luis Martínez. Recordemos al hombre. Desde sus años tempranos en Guadalajara, cuando junto con Alí Chumacero copiaba libros que no podían adquirir, hasta sus días postreros en que puntualmente acudía a las subastas de libros antiguos, su vida transcurrió ante, para, por, desde, hacia... los libros. De joven aprendió el arte tipográfico para poder, él mismo, hacerlos. Más tarde los procuró, los compró, los apreció y los leyó. Autor de una vasta obra de crítica e historia literaria, biógrafo e historiador, editor y animador de la cultura, su biblioteca fue una de sus obras magnas, quizá la mayor, porque, a diferencia de todas las que se llegaron a formar en el siglo veinte, la suya estaba verdaderamente construida, no como una curiosa o ávida agregación sino como una arquitectura editorial.

No es la suya una biblioteca de incunables -aunque contiene obras únicas o raras. Es una biblioteca de conjuntos que fue integrando, con infinita paciencia, para servir, en el espíritu de educación vasconceliano, al lector mexicano interesado en la literatura, la historia y la historia literaria. No por casualidad, una de sus primeras adquisiciones en Guadalajara fueron algunos de los "tomos verdes" que Vasconcelos publicó entre 1922 y 1924 en la Universidad y la Secretaría de Educación. Al referirse a esa multiplicación de los libros como panes, José Luis decía: "yo pienso en esa obra como la primavera cultural; Vasconcelos editaba los clásicos por miles y dejaba que los robaran, que se los llevaran [... confiaba en] que la gente quería los libros y los sabría aprovechar". En esta biblioteca todas las estaciones serán primavera, pero las autoridades serán menos generosas: cada libro llegará a tener un chip para prevenir -no le llamemos robo- el atesoramiento individual de los libros.

Cuidaba su biblioteca como un organismo vivo. Su paciente empeño era enriquecerla y mantenerla al día. En sus últimos años adquirió L'esprit de l'Encyclopédie, quince o dieciséis tomos que disfrutó como niño con un juguete nuevo. Pero sus pesquisas no eran sólo lúdicas: quiso librar a nuestra historia literaria de desequilibrios, distorsiones, omisiones e injusticias. ¿Quién si no él -como ha señalado Gabriel Zaid- podía advertir el olvido de la novela cristera? Para subsanarlo, la adquirió toda, la leyó y la incorporó a esa prolongación reflexiva de sus estantes que eran sus propios textos. Ése y otros cuidados eran característicos de José Luis.

Recibía a los investigadores como un diligente bibliotecario. Hace muchos años le pregunté si tenía la revista La Antorcha en su primera época. "La tengo toda, te espero a las 5". Acudí por primera vez a aquel templo, no hexagonal como la borgiana "Biblioteca de Babel", pero igualmente infinito y laberíntico: libros de piso a techo en la sala, el comedor, el mezanine, en las recámaras y antecámaras. Luego de mostrarme la silla original de Altamirano y el librero circular de Justo Sierra, me guió hasta un cuarto en la planta baja, me sentó en el escritorio de Torres Bodet y puso ante mí La Antorcha. ¿Cuántos escritores e investigadores vivieron esa misma escena? Nada era accidental: los objetos de los padres fundadores, las fotografías de sus escritores admirados -Gutiérrez Nájera, Ramón López Velarde, Alfonso Reyes, Octavio Paz- y el orden perfecto de los libros. Estaba preservando ese legado ancestral para beneficio del lector de entonces, pero sobre todo para el lector del porvenir. Su hazaña es paralela a la de José Fernando Ramírez y Joaquín García Icazbalceta en el siglo diecinueve: preservar la memoria de México en los libros.

La curiosidad intelectual, la inteligencia crítica, la pasión literaria, el amor a los libros en cada estación de la vida -el arrebatado amor de la juventud, el inspirado amor de la edad madura, el estoico amor de la vejez- no explican suficientemente su vocación. Para comprenderla hace falta otro atributo. Octavio Paz lo expresó en una carta a Tomás Segovia, en 1964: "José Luis Martínez es [...] la bondad misma". Esa bondad que, por serlo, no buscaba su recompensa en vida, la ha encontrado más allá de la vida: salvada del destierro, la desmembración o el olvido, alojada en un hogar que recuerda al suyo, acompañada muy pronto de otras bibliotecas fraternas con las que podrá convivir y dialogar, como la de su gran amigo Alí Chumacero, la biblioteca de José Luis Martínez se ha mudado a vivir en el espacio que soñó: una ciudad de los libros."

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