martes, 18 de marzo de 2008

La mítica librería Shakespeare & Co. de París

En una labor de recuperación de lo escrito por la red rescatamos el artículo escrito en 2002 por Jorge Pinedo en Página/12 sobre la mítica librería Shakespeare & Co. en el Barrio Latino de París:



Suerte de informal academia de las letras inglesas en pleno París, la librería Shakespeare & Co. alberga en sus tres plantas un plus que excede el mero expendio de papel impreso. Por lo pronto, allí es difícil, imposible, ir en busca de un libro. Por el contrario, es más factible que el libro encuentre al lector, de inmediato desorientado entre las estanterías dispuestas sin orden ni lógica predecible: parecería como si los volúmenes fueran acomodándose a medida que van llegando, según una lógica indiscernible, sin arreglo alfabético, temático o genérico. Salvo que el experto vendedor se haya alguna vez, por azar, topado con el título exigido, es más que improbable hallarlo. La aventura por el absurdo, sin embargo, bien vale la pena.

Pues en “La Shakespeare” (para los habitués) no hay empleados despachantes sino expertos que comprometen su cuerpo con la literatura, literalmente. En efecto: el conjunto de los jóvenes de habla inglesa que allí trabajan, en el mismo lugar duermen y se alimentan. Sus lechos, roperos, espejos y hasta gatos intentan –vanamente– esconderse entre las pilas de libros, de modo que no es extraño ver aparecer en pijama un huésped-vendedor mientras se recorren los estrechos pasillos entre los anaqueles.

Personaje más que curioso, el estadounidense George Whitman (ningún parentesco con Walt) adoptó como política, desde 1956, un sistema precapitalista de prestaciones y contraprestaciones de acuerdo con el cual brinda (pintoresco, precario, subyugante) alojamiento y un guiso nocturno a cambio de cierto compromiso laboral. Este acuerdo consiste en atender la librería y discutir los propios escritos con los cofrades. Lejos de haberse constituido en un tugurio de marginales, La Shakespeare supo convertirse en un sitial privilegiado, especie de Sorbonne paralela, con el lustre de haber sido alguna vez habitada por escritores negros (Wright, Baldwin, Himes), blancos desteñidos como Burroughs y Ginsberg y, cómo no, Julio Cortázar. La demanda de empleo oportunamente llevó a Whitman a adquirir el edificio lindero y habilitar otras comodidades (allí se cuecen las tertulias gastronómicas noctámbulas) y ampliar el horario hasta altas horas de la noche para su nutrido séquito de narradores, ensayistas, investigadores y letrados surtidos de inclasificable laya.

Ubicada frente al Sena, en las mismas puertas del Barrio Latino y mirando la popa de Notre-Dame, Shakespeare & Co. es nominalmente heredera de la librería del mismo nombre fundada en 1921 por Sylvia Beach en el Nº 12 de la rue de l’Odeon. Fue ella quien, nada más ni nada menos, osó editar por vez primera el Ulises de James Joyce y albergar a nómades y exiliados como Hemingway, Ezra Pound, Ford Madox, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Sherwood Anderson o George Antheil. Cerrada en 1941 ante la ocupación nazi, tres lustros después recién pasó a manos de George Whitman, quien recuperó –hay quien afirma que con creces– el espíritu de la original. El viejo George se vale para ello de un desopilante humor, esa notable ideología anarco-monárquica; profunda sapiencia sobre literatura en general, inglesa en particular, y el manejo de al menos siete idiomas. Entre éstos, domina con presteza el cordobés poco erudito (su frase preferida: “Porteños hijos de puta, váyanse al carajo...”), con sonrisa cómplice y tonada típica incluida, confesamente adquirida -asegura– por transmisión sexual.

Es de rigor salir de la librería habiendo comprado algo, aunque más no sea el muy prolijo folleto que narra la historia de la librería desde los tiempos de Sylvia Beach. Los módicos cuatro euros del impreso suelen superar lo que cuesta cualquiera de los libros usados. Incunables, clásicos, bestsellers, guías, técnicos, infantiles, diccionarios, todos juntos sumados en una experiencia que transforma al coleccionista de libros en obligado flanêur.

1 comentario:

arrumacos dijo...

A medida que pasan los años y suben los euros, me va pareciendo cada vez más difícil conocer esta mítica librería, una experiencia que imagino fascinante.
Pese a ello, no me la paso nada mal en la librería El hallazgo, de Max Ramos, en la colonia Condesa.
Me encanta tu blog.
Blanca